En noviembre del año pasado nos vino a visitar a Shenzhen mi
amigo Julio aprovechando una gira de negocios a Asia a la que lo había comisionado
su empresa. Desde Chile me había sugerido que lo acompañara por un par de
noches a la capital de Tailandia ya que debía asistir a un evento comercial del
Consulado. La invitación era atractiva, no debía pagar hotel y significaba más
días para compartir con él, además no
conocía Bangkok, así que me sume entusiasmado.
Como siempre digo y repito no me las voy a dar de gran
analista de la historia y realidad actual de Tailandia. A penas estuve 3 días y con eso y hasta a
veces un año uno no se hace una visión ni cercanamente realista de un lugar.
Viví en Santiago de Chile 40 años y no creo que conocer bien la ciudad. Así que,
quien haya visitado Bangkok y crea que
lo que diré es una burrada carente total de juicio podrá estar muy en lo cierto.
Bangkok es una gran metrópolis de once millones de
habitantes de un país que va en franco crecimiento a pesar de ser aún bastante
pobre. Esta delineada por el rio navegable Chao Phraya que actúa como eje y vía
de comunicación de los principales puntos de la ciudad. Como buena parte del
sudeste asiático sus calles son boyantes
de gente que hormiguean en un caos mezclado de desastre vial, TUK-TUK (moto taxis), olores frutales y a especias,
comercio, colores y altas temperaturas. Para mi gusto personal, esto que para
muchos podría ser desagradable y antiestético a mí me es muy atractivo y me
hace feliz. Si a lo anterior le sumamos los masajes Thai –hay mil SPA por metro
cuadrado- y la deliciosa y económica comida Tailandesa se me hizo un muy buen
lugar para visitar y hasta para vivir.
Pasando a la parte más anecdótica Julio arrendó el mismo
hotel donde se hizo la película Hang over esto es el “Hotel Lebua” al entrar a
hacer el check in nos atendieron magníficamente y hasta excesivamente
ceremoniosos como habitualmente ocurre en este país. Dado que la habitación aun
no estaba lista una amable chica nos invito a que fuéramos al bar del hotel a
tomar unos jugos, como a pasar el rato. Ella misma tomó la orden y nosotros
elegimos dos deliciosos sumos de mango. Y así confiados en el buen juicio
universal disfrutamos la espera con el sabor exprimido de la fruta tropical, hasta que otra chica sonriente y sumisa en un
recipiente como un pequeño cofre de fina madera, que perfectamente pudiese haber contenido las perlas reales, nos fue revelada la
cuenta. Sesenta dólares total, 15 mil pesos chilenos cada jugo. Quedamos
frutalmente impactados. Además fue toda una revelación de lo que me esperaba.
Al día siguiente mi amigo tenía diversas reuniones de
trabajo y yo mi único día para conocer la urbe así que busqué en internet y
concluí que el mejor lugar posible para recorrer en un día era el magnífico
Palacio Real. Averigüe bien, Para llegar allá debía tomar un ferry en la parada
que estaba cerca del hotel y bajarme en la estación de Tha Chang. Todos los
avisos en internet decían muy insistententes y repetidamente que no había que
tomar atención a nadie que viniera con cuentos, que existían muchos timadores,
que cuidado con ello, etc. También explicaba que había que comprar el boleto en
el mesón oficial de ticket de Ferrys. O sea iba atento, preparado, precavido y
alerta.
Pues así me fui caminando rumbo a la aventura. Logré dar con
la estación de Ferry busque la boletería oficial y ahí comenzaron los
problemas, no existía, solo había mucha gente en unos mesones con unos mapas desplegados
que ofrecían tickets. Me acerque a lo que me pareció más serio. Me fui a tomar
el ferry pero para mi sorpresa en vez de ello me subieron a una lancha con un
par de gringos. Yo en mi inexistente tailandes les decía “To Tha Chang” … “yes
Ta Chang Ta Chang” me respondió el capitan. Y así partió la embarcación ligera,
anduvo como 20 minutos. De pronto paró en un embarcadero que tenía un letrero
que no decía Ta Chang sino otra extraña cacofonía tailandesa “mufu”,”
tanchuck”, “chunggkang” o lo que sea ya
no recuerdo. El capitán del barco me ordena que descienda y yo confundido le
digo “Ta chang???” y el sonriente y
convencido me dice “yaaaaa Ta Chang”.
Sin entender mucho las indescifrables razones de porque en Tailandia los
lugares no llevan el nombre de cómo se llaman realmente me bajé. Y nada… me habían dejado dos estaciones más
allá y me tomo 40 minutos de caminata llegar al bendito lugar. O sea
entendiendo después no me vendieron el ferry sino un viaje en bote que valía 3
veces más. Los otros gringos habían arrendado el adminiculo y de llapa me
subieron a mí que iba lo que para su criterio es cerca o sea 10km a la redonda y fui arrojado donde se
les ocurrió.
Luego de vuelta del hermoso palacio –hablar de lo bien que
lo pasé es muy aburrido- fui a la finalmente existente y cercana estación de Ta
Chang. El calor de Bangkok es pesadísimo tenía todas las ropas mojadas de sudor
y se me antojó tomar un rico jugo de mango. Estaba lleno de puestecitos de
fruta y jugos pero elegí con espíritu bondadoso el de una humilde ancianita que
tenía unas botellitas llamativamente marcadas por ejemplo a 10 bath –ya no me
acuerdo los precios reales- . Pagué y la señora me cobró 30, le pregunto porque
si dice 10 y me muestra que 10 vale comprar un mango no un jugo, yo le muestro
que tiene marcado el jugo a 10 y ya dice que yo estaba mirando en lo que había
delante del precio y no atrás. Luego me da un envase mucho más chico al que yo
asumía que era de 10 bath y que se transformó en 30. Ya a esa altura quería
puro hidratarme y acepté que el envase fuera más chico. Pero además me dio un
contenido que no tenía el color amarillo pastoso del mango. Le pregunto si era
mango realmente y me dice otra vez con esa sonrisa amable y arácnida del tipo
de la lancha “yes yes mango”. No era mango era jugo de naranja. Tailandia tres Johny cero.
Al otro día tenía la mañana para dar el último paseo y
decidí simplemente irme a caminar calles arriba. Un policía vio que era
extranjero y se me acerco a preguntarme el “where are you from” y me empezó a
vender algo raro y a dar datos de donde debía ir. Luego cuadras más allá llegué
a un barrio chino y un señor en silla de ruedas me empezó a meter conversa y a
ofrecerme ir con unas chicas no sé donde a comprar no se qué. Era como que en
cada esquina todo el mundo desde abuelitas, tullidos y hasta el gato de la
esquina te quería embaucar si tenías los ojos más redondos. Di medio vuelta y
me fue al hotel.
Conclusión, interesante Bangkok pero no es para inocentes.
PD: En la foto Julio con la panorámica de Bangkok detrás.