jueves, 29 de mayo de 2014

El Cuento del Lago

El Cuento del lago- expatriados- dejar china- vivir en China
China para la mayoría de los extranjeros representa un lugar de paso y no un destino para echar raíces. Los expatriados trasladados por sus compañías y quienes somos independientes sabemos que nos toca cumplir un tiempo tras el cual viene el regreso.

Es difícil definir qué aspecto hace que sea un hub solo de paso, considerando tantas ventajas: la gente es amable, el lugar más o menos agraciado, buena seguridad y - antes de las leyes migratorias del año pasado - bastante fácil de establecerse. Quizás el choque cultural en un sentido muy profundo sea lo que más influye. A la larga, como siempre digo, a pesar de que en la superficie los chinos producto de la globalización y la vida urbana parecieran parecerse a nosotros, en las aguas interiores de los valores, las prioridades, la mentalidad, la familia y las estructuras culturales, en general nos separa un océano de diferencias.

En contraste, los extranjeros que vinimos del otro lado del mundo solemos buscarnos para acompañarnos, compartir y sentirnos parte de un "algo" que no está acá, pero que todos portamos. Como trozos de tierra que cargáramos y al unirlos con el otro forjaran  - por momentos - la imagen de nuestro remoto paisaje. La tierra y las raíces afloran fuera del país mucho más fuerte y necesaria.

Esa complicidad y necesidad de compañía no se da sólo entre latinos, aquí hemos hecho también buenos amigos franceses y norteamericanos. Puedo decir experiencialmente que la cultura occidental no es sólo una entelequia de académicos.

Y así como nos aferramos, luego no nos queda más que despedirnos. Temporada a temporada, los que triunfamos, fracasamos, nos trasladaron, o lo que sea,  hacemos nuestras maletas. Pasar por este increíble territorio siempre será una experiencia para contarles a los nietos. Es cosa de escuchar los sin sentido que habla de China la gente de nuestros países que nunca ha estado o comprendido lo de acá para entender que a pesar del mundo de las redes sociales y la instantaneidad de todo, este sigue siendo un lejano y recóndito Oriente. Y en ese sentido, la experiencia compartida con los amigos, aquellos que nos vamos o nos quedamos, siempre será memorable para toda la vida.

Que difícil para los niños que hicieron su grupo de amigos con otros chicos extranjeros. Los adultos ya cargamos con ex novias, amigos y personas que pasan con luces y cariño por nuestra historia. Y sabemos no sin nostalgia aceptarlo. Pero para los hijos que viven más intensamente y que tienen un corazón con menos rayas, les cuesta asumir cómo se marchan sus amigos y con ellos las cosas y proyecciones de lo que planeaban hacer y compartir. Les pega duro y, sin duda, aprenderán de eso.

Termino con un cuento chino que me contaron una vez en Hangzhou:
Un joven dragón que solía pasear por las montañas, un día descubrió un hermoso lago del cual se enamoró. Desde esa vez a diario, solía con frecuencia acercarse a su orilla a mirarse ya que actuaba como un gran espejo y, por tanto, podía tener el curioso privilegio de observarse. Al paso del tiempo a veces lo acompañaban allí sus amigos, sus amores, sus hijos, su familia. Muchas veces no iba a verse sino que simplemente jugaba, construía o trabajaba alrededor, pero consciente o no, el agua lo seguía reflejando. Con los años, la imagen del lago lo fue capturando niño, adulto y, por fin, anciano. Y fue así que inevitablemente de viejo se fue quedando ciego y, por ello, amargamente se quejaba de que nunca más podría volver a contemplarse en su adorado lago. Ya muy debilitado, un día se hizo de fuerza por última vez. Por la costumbre de la repetición pudo contar los pasos que lo ubicaran nuevamente en la orilla. Agachó la cabeza incrédulo y, de pronto, lo impensado... más brillante y nítido que nunca pudo ver su reflejo y con él, retenida en las aguas, estaba también la imagen de todos aqu-ellos que alguna vez amó y acompañaron.

martes, 27 de mayo de 2014

Tropiezos en Beijing Parte II


Volvíamos cansados con mi padre de visitar el Palacio de Verano en Beijing, recorrriendo a pie una de las principales arterias aledañas a la plaza de Tian An Men, buscando un lugar para comer antes de llegar al hotel. 

En medio del denso hormigueo de gente, propio de un barrio comercial con muchos mall y negocios, íbamos desprevenidos andando por un boulevard. De pronto nos aborda una pareja. "Hi, nice to met you! Where are you from?" Él era un muchacho chino de unos 26 o 27 años, peinado cool, ropa elegante pero casual, con un pañuelo cruzado al cuello y una chaqueta estilo europeo café apropiada para el clima otoñal. Ella se veía más joven, de tez blanca bien guapa y también vestida de frío, pero con mucha gracia.

“De Chile”, les respondimos. "Ahhhh! Chile, el país más largo del mundo desde donde China importa cobre. ¿Y buen vino el chileno, no?" "...y cuéntennos ¿cómo fue ese terremoto?" El tipo hablaba un perfecto inglés y se veía -dado que Chile es casi un accidente en el mundo- que era bastante culto e informado.

Y así nos siguió hablando de cuándo habíamos llegado, qué nos había parecido China, qué habíamos visitado, etcétera, etcétera. Y nosotros le seguíamos más menos la conversación respondiendo el cuestionario.

Le pregunté si eran novios, "no sólo somos amigos", "ella no habla mucho inglés". Me pareció extraño que mientras él se veía seguro y canchero, la chica se notaba nerviosa y constantemente desviaba los ojos alrededor como testeando si venía alguien, sonriendo con incomodidad. 

El muchacho nos siguió interrogando sobre miles de cosas muy amistoso. Sin embargo, algo raro percibí. Era excesiva cordialidad e interés para unos desconocidos. Claramente no éramos los únicos turistas que habíamos pasado por Beijing. Lo de Marco Polo fue hace ya hartos siglos. Entonces salí jugando, les dije que había sido un gusto conocerlos y que ya nos marchábamos. "Pero no se vayan sigamos compartiendo, qué tal si vamos a tomar unas cervezas a un bar que conozco por acá cerca". 

Miré a mi padre y él me la devolvió con expresión que eligiera yo. Ellos eran bien magnéticos e interesantes. Se veían cosmopolitas muy por encima del promedio chino. La chica seguía sonriendo, tratando de agradar pero con sus pupilas enfocando nerviosa por ambos flancos. Yo dudé qué hacer. Me sentía mal de rechazarlos pero por otro lado evidentemente el asunto era curioso. "No gracias estamos cansados hemos recorrido todo el día el palacio de verano". Insistió: "¿Pero, cómo? Queremos conocerlos y conversar, a ella también le agradan mucho".  Nos fuimos despegando con amabilidad, pero más firmeza. El tipo no paraba de insistir. Al último nos miró con cara de desprecio y nos dijo algo enojado en chino que no comprendimos naturalmente.

Me sentí muy contrariado y con cargo de conciencia de haberlos rechazado, quizás había sido descortés y me había derrotado la paranoia. Nos íbamos con mi padre discutiendo de todo ello,  habíamos avanzado un par de cuadras y de pronto nos paran: "Hi, where are you from?" "¿Do you speak Spanish, right?" Era un par de chinas altas, guapas y muy bien vestidas. Luego de responderles, "Ohhh! Chile el país del vino y el cobre...." Y siguieron cual Wikipedia contando detalles de Chile. Hablaban también perfecto inglés y eran demasiados amistosas.  "¿Qué tal si vamos a tomar un café a un lugar que conocemos acá cerca?"

Era casi el mismo discurso, el mismo aspecto cosmopolita y nivel de inglés, insólito conocimiento del país y, lo más raro, interés desmedido en nosotros como si fuéramos gran cosa. "No gracias estamos cansados", les repliqué. "Pero ¿por qué? Si vamos sólo un rato así practicamos nuestro inglés y compartimos con ustedes que se ven tan simpáticos". Yo les repliqué que muchas gracias, pero que definitivamente no y ahí se acabó la cordialidad y se alejaron con un "Fuck you!" "Poor loosers and stupid guys!" Mi padre me dijo coqueto "a estas sí que les debimos haber aceptado el café" y se rió. Y eso que tenía 77 años.....

Yo por mi parte estaba con la mente perturbada y desconcertado por la coincidencia de los dos casos y al mismo tiempo violentado por los finales abruptos y medio agresivos. 

Y seguimos adelante unas cuadras más. Y otra vez siento a mis espaldas un nuevo "Where are you from?" Me doy vuelta y otra pareja sonriente y a la moda. Ni les respondí agarré a mi padre de un ala, y a ritmo de trote, tomamos como pudimos un taxi y al hotel.

Luego y hasta hoy he analizado qué pudo ser. Claramente no fue una coincidencia. ¿Prostitución? Con el muchacho queriendo ofrecer a la amiga y, más tarde, las chicas ofreciéndose ellas mismas. Pero por el aspecto no parecía comercio sexual. Excepto que por alguna razón en esta calle hubiese sido más sofisticado.

También he pensado que pudo ser un "cuento del tio" o sea que llegados al café nos inventarían una historia dramática de enfermedad, tragedia y desgracias para sacarnos dinero u otro truco que nos haría despertar en una bañera llena de hielo con un riñón menos.

Vaya a saber uno, aun sigo desconcertado de lo ocurrido. He buscado historias similares por Internet y nada. Claramente no fue nuestro desodorante ni que por fin el mundo decidió que Chile es el lugar más fascinante de la galaxia ¿Alguien tiene una hipótesis? ¿A alguno más le ha pasado? 

jueves, 1 de mayo de 2014

Tropiezos en Beijing


 
Beijing es una ciudad muy interesante desde el punto de vista que se la quiera mirar: político, cultural, artístico, turístico etc. La plaza Tian An Men, la Ciudad Prohibida, el Palacio de Verano, la Gran Muralla China  son algunos de sus tantos atractivos imperdibles y notables. Vale con creces la pena visitarla y re- visitarla. Yo he ido tres veces y siempre me quedo con gusto a poco.

Pero como una de mis máximas es que “lo bueno es menos atractivo y divertido que lo bizarro”, acá les cuento algunas aventuras de lo difícil que también puede ser esta urbe ancestral.  Y es que Beijing, como toda gran capital, es una ciudad compleja. Aunque es segura, considerando que al igual que en toda China es difícil que se presencien robos o actos delictuales comunes, es quizás unos de los lugares del país que requiere más advertencias hacia el turista.

El principal riesgo es el clásico abuso hacia el extranjero, visto por algunos locales como una “bolsa de dólares” más que como ser humano. Y si para que suelte los “verdes” hay que recurrir a las artes del engaño, pues bien, ocurren “cosas” desde las más burdas hasta a las más sofisticadas.

Los taxis, por ejemplo, son del terror. Hay pocos y en muchas ocasiones cuando subes quieren eliminar el taxímetro y cobrar lo que les dé la gana. Unas cuantas veces, especialmente de noche me han –y a muchos como yo-  hecho bajar de los autos por no estar dispuesto a pagar la cantidad disparatada que piden por un trayecto corto. Algo bastante molesto en horarios cuando el Metro ya ha cerrado, porque no hay alternativas y las distancias no son caminables. En algún lugar me contaron que constituyen una verdadera mafia y que su escasez se debe a presiones del gremio que no dejan entrar más actores de manera de poder manejar las calles a su antojo. Por ello, si alguien está planificando su viaje a Pekín, le recomiendo andar en Metro mientras pueda y aunque sea muy congestionado. Ahora, si hay presupuesto o en caso de visitas grupales, mi sugerencia es contratar un chofer de día completo, lo cual  - dependiendo del número de personas con que se ande - puede ser incluso más económico que el taxi.

Un timo más sofisticado es el que me tocó hace unos años y comenzó así….

En abril de 2011, en un viaje con mi padre, tomamos un tour hacia la Gran Muralla China desde nuestro hotel. El bus nos pasó a buscar a tiempo y una joven guía china llamada Sally que hablaba un correcto inglés nos hizo subir. A continuación fuimos a recolectar a más visitantes de diferentes hoteles, para luego partir a nuestro destino. En el trayecto, la chica con un micrófono en mano contaba interesantes historias, anécdotas, bromas, hacía preguntas, en fin. Todo muy lúdico, típico y relajado.

Más tarde, llegamos a Mutianyu que es la subida más tranquila y orientada a los extranjeros para acceder a la muralla, con una linda ascensión en teleférico. Allá, también todo perfectamente organizado. El lugar bien mantenido, las vistas espectaculares, hasta el día estaba hermoso. Subimos y bajamos los altos escalones milenarios, recorrimos los fuertes intermedios y nos tomamos fotografías como todo turista. Impecable e inolvidable.

Ya de vuelta al bus con todos los pasajeros exhaustos y felices, Sally nos recordó que el tour incluía una ida a un lugar especial donde nos harían un masaje de pies oriental. Nada mejor de acuerdo a la exigencia física del paseo.

Y ahí comenzaron de a poco los problemas…. Eran como las 17:30 de la tarde y el tour debía terminar a las 18:30.  El camino a los masajes demoró hora y media o sea esta segunda actividad suplementaria comenzó pasada la hora que se debía acabar todo. Lo curioso es que muchos pasajeros le dijeron a la guía que estaban preocupados por la hora porque tenían otras actividades planificadas y, sin embargo, ésta les insistía que llegaríamos pronto, cuestión que no era efectiva. Por “alguna razón”, querían que a todos nos amasaran gentilmente los pies. Además, para ello cruzaron toda la ciudad siendo que hay SPA de masajes casi en cada esquina.

Finalmente y con la gente un tanto inquieta, llegamos al Centro Olímpico de Medicina Natural de Beijing - no recuerdo exactamente el nombre - pero era un edificio extenso con muchos pasillos, adornados con fotos deportivas que rememoraban momentos de las Olimpíadas que se habían celebrado en el 2008. Allí, nos hicieron pasar a una gran sala repleta de cómodos sofás individuales. Debemos haber sido unas cuarenta personas. Ya estando todos sentados, de pronto se presenta ante nosotros la directora general del centro que hablaba idioma laowai y nos habló de la importancia de la medicina china, desplegó un mapa de reflexología y nos indicó, como es bien sabido, que según ellos cada parte del pie representa un órgano interno del cuerpo humano que cuando es masajeado se estimula en su beneficio. Todo hasta ahí aceptable. Luego, entró el doctor Chan, “eminencia” jefe de los médicos supremos chinos que hizo otro speech en chino que debió ser traducido. Más tarde, el doctor Wong, especialista parasicólogo “orientalista” que también se explayó; el doctor Mo jefe, experto de la China interplanetaria que aportó y así, sucesivamente, no paraban de entrar uno tras otro, puros “híper destacados médicos chinos”. Todos los cuales se llevaban un, cada vez, menos entusiasta aplauso. Y la cosa se alargaba y alargaba, sin sentido.

Por fin, terminado el extenso preámbulo se anunció el masaje en sí y entró un ejército de chinos y chinas de blanco con una cubeta de agua tibia para depositar y relajar nuestros pies. El masaje duró sólo quince minutos, cuestión decepcionante y sin sentido, ya que normalmente debe ser de al menos cuarenta y cinco minutos. Pero bueno, el masaje fue y yo que tengo bastante experiencia en el tema, pues regularmente acudo a estos centros de reflexología, puedo decir con propiedad que los muchachos que nos atendieron sabían tanto de masajes en los pies como de literatura contemporánea en esperanto. Simplemente ¡¡¡mal!!

Mientras éramos “masajeados” las eminencias médicas chinas en sus blancas batas hipocráticas se detenían con cada uno de  nosotros dedicándonos su preciado tiempo para examinarnos. Nos tomaban y revisaban las manos y los pies. Sin pedirlo, nos entregaban un concienzudo diagnóstico ayudado por varios traductores. Escrutada mi palma con la línea de mi vida, el facultativo llegó a la conclusión de que tenía el hígado en estado putrefacto y si no me preocupaba de ello podía caer muy pronto postrado gravemente. Pero no me debía preocupar porque afortunadamente él lo había descubierto y por la magia de la medicina china me  curarían al poco tiempo. Entonces, extrajo su lápiz, anotó en una libretita la receta y me entregó dos cajas de comprimidos de vaya a saber uno de qué.  Su valor era de 3000 yuanes, algo así como 350 dólares (de la época), las dos cajitas. Y aunque aparentemente el valor era altísimo para un par de remedios, claro,  la vida de uno lo vale más. Sin embargo, yo decidí arriesgar la mía y rechacé el consejo médico, adivinando qué es lo que estaba pasando.

Miré a mi alrededor y los señores médicos y sus intérpretes lograban, de tanto en tanto, que algunos de los extranjeros asustados extrajeran sus billetes de a montones para pagar los milagrosos remedios. Otros se veían más que molestos.

Tras una hora eterna, la sesión terminó y fuimos subidos una vez más al bus que nos dejaría en nuestros respectivos hoteles. Mientras avanzaba, la gente comenzó a comentar y dilucidar lo recién ocurrido. Resulta que todos los que íbamos en ese vehículo estábamos desahuciados, éramos prácticamente almas en penas, zombis, una amalgama coincidente de enfermos incurables y terminales. Hígados descompuestos, cáncer, leucemia, riñones pulverizados, huesos barquillos, corazones a punto de dar su último latido. No importaba la juventud de algunos, todos y cada uno teníamos cavada nuestra tumba. Claro está, salvo el puñado de personajes que compró los comprimidos dos veces más caros que el mismo tour.

Hubo personas que pasaron un gran  susto y aún permanecían pálidos de la impresión, como un señor canadiense que estaba a nuestro lado. Su señora de origen hongkonés no podía más con su indignación. Nos contaba que el caballero recién había salido en su país de una riesgosa enfermedad real y que el diagnóstico del personaje del centro olímpico lo había perturbado.

Para colmo eran ya cerca de las 20:00 y el bus no avanzaba debido a que había un tráfico horrible, totalmente previsible y típico de la ciudad. Mucha gente tenía reserva de espectáculos o habían quedado de juntarse con otros amigos o familiares a comer y ya se había pasado la hora. A esa altura ya nadie sonreía con Sally. Entre la sensación de estafa y la inexplicable tardanza, los ánimos estaban crispadísimos. Unos gringos del fondo la comenzaron a increpar de forma agresiva, ella les respondía nerviosa y sin argumentos. Otros pasajeros exigieron que el bus se detuviera y tomaron Metro porque ni soñábamos estar cerca de la zona de hoteles. Claramente la alegría del paseo a la muralla se había diluido.

Y así termino este extraño día. Espero pronto contarles otra más que nos ocurrió en la capital política de Zhongguo.