domingo, 9 de marzo de 2014

Los hijos de Manila


Este año nuevo chino, con sus largos días feriados,  decidimos con la familia ir a conocer Boracay en Filipinas uno de los balnearios y destinos turísticos más famosos de Asia. Para llegar hay que hacer escala en Manila y nosotros somos de esa gente aburrida que piensa que vacaciones no es sólo broncearse al sol sino que aprender de esta oportunidad única en nuestras existencias de poder conocer los lugares, historia y cultura de los países que visitamos. Por ello decidimos quedarnos un par de días en la capital de este país a sabiendas que es un lugar bastante poco mencionado y hasta desdeñado por las recomendaciones de los viajeros.

De entrada me llamó la atención que no fuera una ciudad muy poblada. Me esperaba una  hiper metrópolis como Bangkok pero sólo posee un millón y medio de habitantes. 

Mirada a ojos de un esteticista la ciudad es bien fea. Gris, algo sucia, con mucha construcción a medio terminar, pasos sobre nivel que dejan esas cicatrices de rincones inservibles y oscuros debajo de ellos, muy pobre y con un tráfico áspero, lento e insufrible.  Incluso los lugares más prósperos por ejemplo alrededor de los hoteles cinco estrellas o los edificios modernos de áreas de negocios eran igualmente poco agraciados.  Con todo, que les puedo decir, yo igual la encontré encantadora. Creo que me estoy enamorando del bullicio, el caos, los colores, aromas, la calidez de la gente, y ese “no se qué” que tiene el sudeste asiático.

Tal vez fue por disposición psicológica o exceso de información preliminar, pero emocionalmente Manila la percibí como una ciudad herida y violada, que exhala por los poros que es una sombra de lo que fue.

El lugar fue el centro de la colonización española en Asia que, al fin y al cabo, era el leitmotiv de toda la empresa conquistadora española de la edad moderna. Dicho en sencillo el viaje de Colón fue para encontrar algo así como Filipinas y no América. Dos veces al año zarpaba el famoso e invaluable Galeón de Manila con sus especias, sedas y todo tipo de utensilios de China y Asia en general que luego tocaba México y terminaba en el puerto de Cádiz en España. Para dimensionar su importancia podemos decir que la razón de ser del control de este territorio era básicamente cargar y despachar dicho barco.

Esta Filipinas española se fundó desde 1571 en la zona llamada “Intramuros” que por ende albergó dentro de sus murallas fortificadas los principales edificios coloniales, gobernación, catedral, iglesias, plazas, escuelas, universidades, hogares, la vida cívica. Un tesoro histórico arquitectónico de primerísimo orden en la edad de oro de la conquista ibérica.

Siglos más tarde, en 1898 producto de la Guerra Hispano-Estadounidense los europeos perdieron la soberanía de Filipinas a manos de los ”norteamericanos”. Hasta ese momento el archipiélago tenía las características generales de cualquiera de las posesiones españolas en América es decir, religión católica, idioma español, arquitectura colonial y todo aquello. Hoy, pasado nada más de un siglo –que en términos de historia es muy poco- increíble y tristemente no queda mucho de esa herencia. En el país se extinguió el idioma de la metrópolis, hoy se habla inglés y muchos dialectos (tagalo, en Manila) y sólo quedan de recuerdo los nombres y apellidos de la gente, el de algunas calles, restoranes y lugares varios, y la religión.

Pero lejos lo más grave es lo que ocurrió en Intramuros. Filipinas fue invadida por Japón durante la Segunda Guerra Mundial –vayan tomando nota cuantas veces han sido invadidos- y estos decidieron primero establecer su gobierno ocupando esa zona de la ciudad y luego, para colmo, cuando iban perdiendo la guerra, refugiar sus tropas entre sus sólidas murallas de piedra. Pues bien, dado que el país está bastante lejos de la atención mundial -más aún en esos años- y que les interesaba "un huevo" la herencia cultural española si podían terminar antes la guerra, los "americanos" decidieron bombardear Intramuros completo. Lanzaron más bombas que todas las que cayeron sobre Londres durante el conflicto y pulverizaron, completamente siglos de herencia humana en unos pocos días. Ni les cuento si tuvieron cuidado en proteger la población local, los civiles, familias, niños…a buen entendedor.... Ahora, en las últimas décadas se ha ido de a poco reconstruyendo algo, pero si los antiguos muros son un rompecabezas, ya las cenizas de los tesoros que contenían simplemente se perdieron.

En otra mirada de la ciudad  vale la pena mencionar los niños de Manila. No creo equivocarme al decir que el desarrollo de un país se puede medir visualmente de acuerdo al trato y condiciones en que están sus hijos.

 Recuerdo una hermosa niñita que pedía al medio de la calle -que no habrá superado los siete años- a horas avanzadas de la noche. Al ver que era extranjero se pegó insistentemente al vidrio de mi puerta del taxi en que viajaba para exigir una moneda. Me entraron todas las antiguas dudas -de como diría un izquierdista vetusto "pequeño burgués"- que me generaban en el Chile de antaño si era correcto o no dar dinero a un niño sabiendo que son mandados por sus padres, pequeñas mafias, o quizás qué. 

También recuerdo camino al aeropuerto, en una carretera en que los automóviles no andaban a menos de ochenta kilómetros por hora, cómo un grupo de niños pobrísimos habían hecho suya la berma e incluso un poco más de calle para correr, perseguirse y jugar. Un error de cálculo y era atropello seguro. Me imaginé a una madre -de las que conozco- viendo solo a su hijo acercarse a varios metros de ese riesgo, tomando del pelo al chico y gritándole un sermón que le recuerde no volver nunca a acercarse al peligro. Las de estos niños en cambio, ubicadas  a metros de ellos, los miraban de reojo mientras lavaban en un bandejón central algo en unos baldes.

En Intramuros por su parte, vi a varios grupos de chicos, hijos de pequeños y modestos locatarios, jugar en arterias y veredas. En este caso no había tanto riesgo ya que no transitaba mucho vehículo. Lo más llamativo era cómo ocupaban las calles y al mismo tiempo, el barrio completo como su gran e ilimitado campo de juego. Unos con los pies sucios y descalzos, jugaban a montar un largo palo como si fuera un caballo. Otros corrían de un lado para otro. Qué distinto al mundo híper protegido de nuestros hijos que poco sacan la nariz de su casa por protección. Me quedó dando vuelta que a pesar de los riesgos, ese parque ilimitado debe ser muy pleno y lleno de tesoros y emociones. Y no pude dejar de pensar tampoco, guardando grandes diferencias en mi propia niñez…..

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