Este año nuevo chino, con sus largos días feriados,
decidimos con la familia ir a conocer Boracay en Filipinas uno de los
balnearios y destinos turísticos más famosos de Asia. Para llegar hay que hacer
escala en Manila y nosotros somos de esa gente aburrida que piensa que
vacaciones no es sólo broncearse al sol sino que aprender de esta oportunidad única
en nuestras existencias de poder conocer los lugares, historia y cultura de los
países que visitamos. Por ello decidimos quedarnos un par de días en la capital
de este país a sabiendas que es un lugar bastante poco mencionado y hasta
desdeñado por las recomendaciones de los viajeros.
De entrada me llamó la atención que no fuera una ciudad muy
poblada. Me esperaba una hiper metrópolis como Bangkok pero sólo posee un
millón y medio de habitantes.
Mirada a ojos de un esteticista la ciudad es bien fea. Gris,
algo sucia, con mucha construcción a medio terminar, pasos sobre nivel que
dejan esas cicatrices de rincones inservibles y oscuros debajo de ellos, muy
pobre y con un tráfico áspero, lento e insufrible. Incluso los lugares
más prósperos por ejemplo alrededor de los hoteles cinco estrellas o los
edificios modernos de áreas de negocios eran igualmente poco agraciados.
Con todo, que les puedo decir, yo igual la encontré encantadora. Creo que
me estoy enamorando del bullicio, el caos, los colores, aromas, la calidez de
la gente, y ese “no se qué” que tiene el sudeste asiático.
Tal vez fue por disposición psicológica o exceso de
información preliminar, pero emocionalmente Manila la percibí como una ciudad
herida y violada, que exhala por los poros que es una sombra de lo que fue.
El lugar fue el centro de la colonización española en Asia
que, al fin y al cabo, era el leitmotiv de toda la empresa conquistadora
española de la edad moderna. Dicho en sencillo el viaje de Colón fue para
encontrar algo así como Filipinas y no América. Dos veces al año zarpaba el
famoso e invaluable Galeón de Manila con sus especias, sedas y todo tipo de
utensilios de China y Asia en general que luego tocaba México y
terminaba en el puerto de Cádiz en España. Para dimensionar su importancia
podemos decir que la razón de ser del control de este territorio era
básicamente cargar y despachar dicho barco.
Esta Filipinas española se fundó desde 1571 en la zona
llamada “Intramuros” que por ende albergó dentro de sus murallas fortificadas
los principales edificios coloniales, gobernación, catedral, iglesias, plazas,
escuelas, universidades, hogares, la vida cívica. Un tesoro histórico arquitectónico
de primerísimo orden en la edad de oro de la conquista ibérica.
Siglos más tarde, en 1898 producto de la Guerra
Hispano-Estadounidense los europeos perdieron la soberanía de Filipinas a manos
de los ”norteamericanos”. Hasta ese momento el archipiélago tenía las
características generales de cualquiera de las posesiones españolas en América
es decir, religión católica, idioma español, arquitectura colonial y todo
aquello. Hoy, pasado nada más de un siglo –que en términos de historia es muy
poco- increíble y tristemente no queda mucho de esa herencia. En el país se
extinguió el idioma de la metrópolis, hoy se habla inglés y muchos dialectos
(tagalo, en Manila) y sólo quedan de recuerdo los nombres y apellidos de la
gente, el de algunas calles, restoranes y lugares varios, y la religión.
Pero lejos lo más grave es lo que ocurrió en Intramuros.
Filipinas fue invadida por Japón durante la Segunda Guerra Mundial –vayan
tomando nota cuantas veces han sido invadidos- y estos decidieron primero establecer
su gobierno ocupando esa zona de la ciudad y luego, para colmo, cuando iban
perdiendo la guerra, refugiar sus tropas entre sus sólidas murallas de piedra.
Pues bien, dado que el país está bastante lejos de la atención mundial -más aún
en esos años- y que les interesaba "un huevo" la herencia cultural
española si podían terminar antes la guerra, los "americanos"
decidieron bombardear Intramuros completo. Lanzaron más bombas que todas las
que cayeron sobre Londres durante el conflicto y pulverizaron, completamente
siglos de herencia humana en unos pocos días. Ni les cuento si tuvieron cuidado
en proteger la población local, los civiles, familias, niños…a buen entendedor....
Ahora, en las últimas décadas se ha ido de a poco reconstruyendo algo, pero si
los antiguos muros son un rompecabezas, ya las cenizas de los tesoros que
contenían simplemente se perdieron.
En otra mirada de la ciudad vale la pena mencionar los
niños de Manila. No creo equivocarme al decir que el desarrollo de un país se
puede medir visualmente de acuerdo al trato y condiciones en que están sus
hijos.
También recuerdo camino al aeropuerto, en una carretera en
que los automóviles no andaban a menos de ochenta kilómetros por hora, cómo un
grupo de niños pobrísimos habían hecho suya la berma e incluso un poco más de
calle para correr, perseguirse y jugar. Un error de cálculo y era atropello
seguro. Me imaginé a una madre -de las que conozco- viendo solo a su hijo
acercarse a varios metros de ese riesgo, tomando del pelo al chico y gritándole
un sermón que le recuerde no volver nunca a acercarse al peligro. Las de estos
niños en cambio, ubicadas a metros de ellos, los miraban de reojo
mientras lavaban en un bandejón central algo en unos baldes.
En Intramuros por su parte, vi a varios grupos de chicos,
hijos de pequeños y modestos locatarios, jugar en arterias y veredas. En este
caso no había tanto riesgo ya que no transitaba mucho vehículo. Lo más
llamativo era cómo ocupaban las calles y al mismo tiempo, el barrio completo
como su gran e ilimitado campo de juego. Unos con los pies sucios y descalzos,
jugaban a montar un largo palo como si fuera un caballo. Otros corrían de un
lado para otro. Qué distinto al mundo híper protegido de nuestros hijos que
poco sacan la nariz de su casa por protección. Me quedó dando vuelta que a
pesar de los riesgos, ese parque ilimitado debe ser muy pleno y lleno de
tesoros y emociones. Y no pude dejar de pensar tampoco, guardando grandes
diferencias en mi propia niñez…..
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