Tengo un conocido que es comprador
de una importante empresa de tecnología. Él tiene un cargo de alto
nivel relacionado directamente con las fábricas chinas y, por tanto, se maneja habitualmente
con los proveedores, un área en la que tiene mucha experiencia.
Íbamos hace unos días compartiendo un taxi rumbo a la zona
industrial de Baoan, cuando le estaba comentando que yo me sentía cómodo
negociando con los chinos, que en general tenía una buena impresión de ellos a
pesar de los miles de problemas que siempre se generaba, pero que, en general, me
parecía que eran personas bastante más correctas que muchos latinoamericanos y que, además, solía tener una relación amable y amistosa con ellos.
Cuando llegué a ese punto me miró y me dijo: “mira, los chinos
casi como raza siempre te tratarán de fregar y si están contentos contigo es
porque seguro ya te están tirando a partir. Uno
de mis colegas negocia tan despiadadamente que se los trata siempre de
joder y lo lo odian a tal punto que me
han llamado algunos para saber si está en China para pegarle. O sea, si te odian
estás haciendo un buen trabajo”.
Estas palabras me han rondado en la cabeza toda esta semana.
Yo llevo diez años trabajando con China, con fábricas y proveedores y si bien no ha sido fácil y tengo mil
historias de situaciones tremendamente complicadas, he podido vivir, alimentar a mi familia y
desarrollarme en gran parte gracias a la relación comercial con ellos y a la cooperación mutua. En la empresa, tengo una red
profesional china que me apoya y en la
que confío, mi asistente, mi forwarder... y además, tenemos amigos chinos de todo este
tiempo.
Mi concepto es que los
negocios deben ser colaborativos. En otras palabras, donde todos ganemos: ojalá gané bien yo, el
proveedor, el importador en Chile e incluso que el usuario final que compra el
producto quede contento. En este mismo sentido, lo ideal es hacer un buen equipo
con el proveedor de manera de tener una buena relación de largo plazo, que el
trabajo salga fluido y que crezcamos juntos.
La visión del negocio como una "guerra a muerte" me es reñida
con la ética y con mi personalidad. Ya vivir de una actividad comercial es un
tanto "frío", pero si además a eso le sumara el hecho que para hacer bien mi labor, un conjunto de gente me debe odiar al punto que me quieran pegar y que mi
objetivo sea liquidar a la fábrica, estrujarlos a más no poder, ¿qué sentido
tiene el trabajo y la vida? Eso simplemente es ser un “caradura” un “winner”,
un tipo cuya actuación se orienta en vista de su propio beneficio a perjudicar a
los demás.
El día que perciba que mi personalidad y mi
moral no son adecuadas para esta “guerra“, creo que colgaré mi uniforme y me
dedicaré a la "vida civil".
Toda esta visión de mucha gente respecto a los chinos me
tiene cansado. Especialmente de nosotros los latinos que, por favor, de dónde
sacamos (“los tarros con más duraznos”, como decimos en Chile) que somos mejores que ellos. He escuchado
desde que son hediondos, cochinos, traicioneros, tránsfugas, fríos, interesados,
poco sinceros, manipuladores, sub-humanos y mil cosas más. Sin duda, hay una cierta dosis de
racismo solapada o no en todo ello.
Es verdad que el tema cultural acá es sumamente difícil y a
nivel de negocios, más aun. Hay ciertos patrones de desprolijidad y
responsabilidad que son muy difíciles de conseguir y son desgastantes; las
empresas tratan de sacar ventaja de cosas mínimas y cuando hay problemas asumen muy poco. Te dicen una cosa y a los cinco
minutos, la cambian. Pero como en todo, hay gente que es muy comprometida y
cumplidora que nunca te falla. Además, la experiencia te va entregando las armas
para lidiar con ello, adelantarte y saber atajar a tiempo muchos problemas.
En general los chinos son personas honestas. Es muy
difícil, casi imposible que te estafen o te roben -hagan la comparación con América Latina- y son un pueblo que admiro mucho
en la manera que han salido adelante en su difícil y dura historia. No soy "chinofilo" ni mucho menos, ni todo me parece bien. Pero acá sobran los ejemplos
para sacarse el sombrero por ellos, por su disciplina, capacidad de aprendizaje
y entereza.
Que me miren con cara de “pobrecito ingenuo”. No quiero
alardear, ni tengo muchas razones para ello, pero no me ha ido mal y mantengo mis
convicciones. Así que digan lo que digan, estoy agradecido de poder trabajar en
esta tierra, darle sustento a mi familia, tener una buena relación con mi entorno
profesional y, sobre todo, poder dormir tranquilo sin la sensación de que perjudiqué a nadie
y nadie me quiere liquidar.